lunes, 3 de noviembre de 2008

¿Por qué es tan importante el juego?

Los niños sanos no necesitan aprender a jugar. Esta actividad se despliega naturalmente y es el mayor deseo infantil. Es tan común ver a un niño jugando que cuando no lo hace y lo notamos decaído y desinteresado, pensamos que algo le pasa o que está enfermo.
Lo previo a poder desarrollar actividades lúdicas es haber contado con un ambiente que le haya permitido al bebé haberse soltado libremente y confiado en los brazos sostenedores de un adulto. Esto se da cuando una madre intuitiva y tranquila establece una relación sana, sensible y juguetona con su hijo.



Las primeras incursiones en el juego


Este tipo de actividad aparece alrededor de los cuatro meses de vida. En ese momento se producen cambios en el cuerpo del bebé que le facilitan el examen de su contexto más próximo. Empieza a ser capaz de controlar algunos movimientos, coordina el desplazamiento de la vista y puede acercar su mano al objeto que previamente ha focalizado. Hasta los dos años, el juego es una actividad más que nada experimental y repetitiva, que tiene como objetivo principal explorar las propiedades del mundo físico. Por ello es que el niño toca, arrastra, sacude, alcanza, golpea, arroja y recupera, esconde y vuelve a encontrar.


Esta etapa permite ejercitar y establecer las bases de la conducta exploratoria, tan fundamental para la vida futura.



El “juego simbólico”



A partir de los 2 años comienza a manifestarse el “juego simbólico” o de representación. El niño imagina situaciones y objetos que en realidad no están presentes, dando rienda suelta a su fantasía. Cuando tres sillas se convierten en un autobús y él mismo es el conductor, está construyendo, desde su universo de ficción y con elementos mínimos, todo un mundo que en realidad no está allí. Mediante el “juego simbólico” el niño estimula su imaginación y su inteligencia y, en consecuencia, su capacidad de pensar.





El juego como medio de aprendizaje



La actividad lúdica es el único medio de aprender que poseen los más pequeños. Jugar les permite desarrollar acciones espontáneas y eficaces que enriquecen su conocimiento. Les da la posibilidad de encontrar nuevos caminos, nuevas respuestas y nuevas preguntas. En el juego pueden equivocarse y fallar y, al volver a jugar en libertad y sin presiones, aprender del error y de esta forma desarmar juicios calificatorios.


Aprender a vivir en sociedad




A través del juego, el niño se incorpora al mundo de relación con los otros, primero con sus padres y más tarde con sus pares. Jugando comprende los distintos matices emocionales que acompañan a las relaciones humanas. En los juegos se aprende a conocer a los otros y a saber qué esperar de ellos, a conocerse a sí mismo y a saber hasta dónde se puede llegar y en qué
circunstancias posibles. Todo ello se configura con la articulación de lo viejo (lo conocido) y lo nuevo (lo imaginado), bajo la marca de la tranquilidad emocional que proporciona la conciencia de que “sólo es un juego”.
Se construye el conocimiento y la identidad personal y social. Se practica el mundo de las intenciones, los motivos, los intereses, los estados de ánimo y las expectativas de los otros. Es la mejor forma de articular las iniciativas propias, con las intenciones y los estados de ánimo de los otros.







Permitirse ser libres y originales



Por otro lado, jugar es sacarse los disfraces establecidos por la cultura y poder usar los que uno inventa. Jugar a ese personaje que el niño vio, que lo impactó, hacerlo como él quiere, resolver tal situación del juego con una lógica inédita y propia permitida dentro del juego, no tolerada quizás, en la realidad externa.
En el juego todo vale y esa es su mayor riqueza. La libertad de crear normas propias y válidas para los que están jugando, aunque no tenga nada que ver con lo permitido. La diversión, la trasgresión, la risa, la mentira, la imaginación, encuentran vía libre para expresarse.
Jugar con otro, sentirse aceptado, tolerado, desplegar fantasías, permisos para poder ser.





Expresar y dominar las emociones



A través de la actividad lúdica los niños aprenden a manejar sus sentimientos: agresividad, angustia, miedo, amor. Tienen la posibilidad de reproducir la realidad y transformarla, según sus deseos y necesidades, liberando con ello tensiones y angustias y dando desahogo a las situaciones que le han resultado frustrantes y dolorosas. Enfrentarse a lo nuevo y a lo desconocido produce temor y ansiedad, pero a través del juego lo siniestro se convierte en fantástico y se expulsa el conflicto.


Por ejemplo, si un niño está por cambiar de escuela, podrá jugarlo en su juego con todas las emociones que se le despiertan: será a la vez la maestra y el nuevo integrante del grupo, sus juguetes preferidos pasarán a representar a sus compañeros, sentirá la necesidad de sobreproteger al recién llegado, será admirado por su capacidad para jugar a la pelota, etc. Una y otra vez recreará la situación, hasta que pueda procesarla y ya no lo atemorice tanto.


Estrategia para conocer a nuestros hijos



El juego es, además, una excelente forma de conocer a los propios hijos. Cuando juegan se muestran tal cual son. Los papeles y las actitudes que adoptan y las cosas que dicen, nos hablan de sus tendencias e impulsos, de sus conflictos, de sus nacientes valores, de sus deseos.



También nos hablan de nosotros mismos. En el momento en que nuestra hija dialoga con su muñeca veremos retratado nuestro modo de regañar, nuestros gestos y nuestro tono de voz y, a su vez, sus deseos de ser comprendida y aceptada.
Nosotros aprendimos jugando. Por eso es tan importante facilitar en nuestros hijos esta capacidad, compartiendo con ellos esos momentos tan especiales encuadrados entre lo imaginario y la realidad. Un niño que no puede jugar será un adulto que no puede sentir, relacionarse,
crear y pensar.






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